Hay un libro muy recomendable que se llama Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España. Su autor es Bernal Díaz del Castillo, un soldado español que participó en todas las incursiones al continente, hasta que triunfó la conquista de Mexico durante la expedición capitaneada por Hernán Cortés en los principios del mil quinientos. Aquella invasión fue lo más para los españoles del momento porque, una vez descubiertas las riquezas del continente Americano, se pudo seguir tirando hacia arriba y hacia abajo descubriendo eventualmente el Perú que fue el lugar donde el oro y la plata volvió del todo locos a los que vivieron en aquella época. Dicen que el hecho de que todo el mundo perdiera la cabeza con la idea de hacerse rico a base de oro, fue el motivo por el que se destruyó el tejido productivo de Castilla y por tanto el inicio de la decadencia del Imperio Español. Probablemente así fue y merecido lo tuvieron.
El libro es muy interesante por varios motivos. El primero (en el que me quiero centrar aquí), es el de situarnos en la cabeza de una persona de entonces y apreciar desde sus razonamientos lo que era para él el hecho de conquistar a un pueblo. Bernal Díaz nos enseña un mundo en el que lo que los autóctonos hacían, comían y veneraban era una tremenda curiosidad. Una curiosidad que no importaba un carajo, pues especialmente en lo que al venerar se refiere, para él eran una sarta de ignorantes que idolatraban extrañas figuras y cometían tremendas barbaridades. Cierto es que eran un tanto sanguinarios, extrayendo corazones de niños para ofrecérselos a sus dioses, pero no era mayor disparate aquel que el hecho de llegar a tierra extraña e imponer tus creencias a base de fuerza y dogma, destruyendo los altares existentes, para colocar cruces o vírgenes en su lugar, aniquilando a cualquiera que intentase evitarlo.
Sin embargo, Bernal Díaz y sus coetáneos no eran capaces de ver este hecho y no porque fueran extremadamente tontos, diría que más bien al contrario, se trataba de elementos muy vivos. El problema radica en que estamos hablando de personas que habitaban una realidad muy distinta a la nuestra, una en la que las guerras, la sangre, la religión, el favor a su rey y a su país eran el pan de cada día. No podemos juzgar las acciones de aquellos (autóctonos o conquistadores) con nuestra mentalidad de hoy, ni podemos pensar que ellos hubieran podido verlo de otra manera, pues todos anhelaban una vida mejor en base a las riquezas por conquistar, llevándose por delante lo que hiciera falta de aquellos sanguinarios extraños que tenían enfrente.
Cualquiera diría que todo aquello acaecido hace más de quinientos años es agua de borrajas. Hoy en día la mayor parte del mundo es sinónimo de pluralidad. Los aviones nos llevan de un país a otro sin inconvenientes y las gentes se entienden y se mezclan a placer viviendo vidas que, aunque ligadas a un trabajo y a un salario, bien hubieran sido la envidia de cualquier rey cien años atrás. La electricidad nos ha traído el confort y con él han desaparecido en el pueblo las ganas de invadir o matar a nadie.
Por desgracia, hay anormales con poder que nunca tienen suficiente. Ególatras radicales que viven en un mudo paralelo en el que nada parece satisfacerles. Cobardes tras mesas de despachos que mandan a matar por anhelo de otra épocas, por ideas en extinción. Por imperios que ya nunca más serán. No son capaces de darse cuenta de que la gran mayoría de jóvenes de sus respectivos países ya no están dispuestos a matar por su rey y mucho menos por su religión. El pensamiento crítico ha llegado para quedarse y por más que haya sociedades manejadas por dictadores enfermos como lo son Putin, XI Jinping o Raisi, actual presidente Iraní, las guerras de antaño no volverán. El mundo está en su contra y ellos están condenados a desaparecer. #FUCKWAR
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