Imaginemos a dos personas pertenecientes a una tribu en el año 200.000 A.C. Estos, son elementos totalmente distintos. Pues mientras uno de ellos es un cazador que hace las veces de guerrero cuando es necesario, el otro es un chamán que se dedica a recolectar niños de tribus enemigas para realizar ritos en favor de sus dioses. Práctica extremadamente cruel vista desde un punto de vista objetivo, pero increíblemente necesaria según el pensamiento y tradiciones de los habitantes de esta peculiar tribu, en ese determinado momento del espacio-tiempo.
De nuestros dos protagonistas, sus coetáneos dirían que uno tiene más facilidad para matar animales y el otro para matar personas, sin más. Sea como sea, los dos se enorgullecen de lo que son, pues creen en lo más profundo de su ser que su figura es necesaria para el grupo, y que contribuyen con elementos que nadie más tiene. Se quieren, se respetan y matarían a quien fuera por defender su labor siendo esta tan necesaria.
En algún momento durante el tosco camino de la evolución, el guerrero y el resto de la tribu se dieron cuenta de que la labor del chamán era una locura y lucharon por acabar con su vida y la de sus defensores, pero cuando lo hubieron hecho llegó una gran helada que disminuyó enormemente el número de presas posibles y a base de convertir en caza todo lo que se movía, acabaron practicando el canibalismo. Lo más sabroso volvieron a ser los niños de tribus enemigas.
Vista esta triste historia desde el prisma actual, podríamos argumentar de entrada que ninguna de las dos labores con las que comenzamos la historia tiene ya sentido. La primera porque por más nutritiva y necesaria que fuera la caza en el momento, ya no hace falta matar animalitos salvajes para comer, mucho menos convertirse en caníbal. La segunda nunca tuvo sentido, pero hizo falta ganar conocimiento como sociedad para entenderlo. Aún así y por desgracia, siempre quedarán cazadores caníbales, siempre quedarán asesinos de niños, especialmente si los Estados no aplican los más amplios castigos a estas actividades haciendo que la moral general modifique sus conductas.
Pero las ideas muertas, no pertenecen sólo al paleolítico. Tenemos hoy las calles (y twitter) repletos de personas que se vuelven locas defendiendo el Fascismo, muchas veces sin siquiera entender qué significa. Otros, gritan y ondean banderas con una hoz y un martillo, sosteniendo ideas que, aún habiendo nacido con la idea de ser todo lo contrario al fascismo se acabaron convirtiendo en lo mismo que éste.
Parece ser que, como el cazador y el asesino de niños, todos estos también se niegan a evolucionar, a dar un paso al frente. Hoy todo son críticas y jueces, que no saben más que dilapidar a aquel que muestra libremente su opinión, sin hacer daño a nadie. Pareciera como si, al no sostener una idea violenta, las ideas hoy no tuvieran validez. Sólo sabemos estar unos contra otros. Pero si ni unos ni otros tuvieran posibilidad de retener el poder, ¿acaso nos pelearíamos por ver quién lleva la razón?
Las leyes deben evolucionar para perseguir aquello que es inhumano, como el fascismo. Pero todos aquellos que creen que la lucha contra el fascismo debe convertirse en un aquelarre, harían bien en entender que la violencia no se elimina con violencia. Se elimina con cultura.
Si no permitiéramos que el poder cayera en manos de nadie en concreto, o que por lo menos cayera en manos de alguien que no tiene ningún poder de decisión excepto el que le otorgue la mayoría, estos problemas desaparecerían.
Debemos dejar atrás las ideas que vienen de otros siglos para dar paso a ideas mejores.
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