Chechu es el nombre que decidí ponerle a mi querido gatete. Nuestro primer encuentro fue tan casual, tan fugaz, tan improvisado que me recordó al del niño Chechu al encontrarse de pronto una barandilla cruzada en su camino mientras intentaba hacer un derrape con su bicicleta. Si eres muy joven, no tendrás ni idea de qué cojones estoy hablando, pero siempre puedes buscarlo en Youtube. La cuestión es que de desde ese día mi gato se llama Chechu.
El caso es que observo a Chechu y no consigo entender cómo yo puedo ser un bicho tan complicado y él un bicho tan sencillo.
Chechu, o Chechín como lo llamamos en casa, se levanta por la mañana y se pone a comer. Hasta aquí un desayuno cualquiera. No es que yo envidie el comer de un bol en el suelo y esas cosas pero de momento, mientras él está con su bol y yo con el mío, ya me lleva ventaja en felicidad. Yo sólo estoy pensando en lo que no tuve tiempo o no quise hacer durante la semana pasada, para terminar repasando a los pocos minutos todo lo que tengo que hacer esta semana sí o sí.
Él sólo come.
No estaría mal poder delegar mis responsabilidades en el gato, pero normalmente a parte de comerme la cabeza junto con mis cereales tengo que salir a currar. Chechu se queda jugando. A lo largo de la mañana, puede echarse veinticinco siestas, y jugar con su pelotita unas siete veces. Necesidad de ambicionar días más tranquilos o stress no existen en su mundo, mientras yo llego a todos lados tarde perdido por la ciudad.
A medio día, en el tiempo de cocinarme algo, Chechín espera su ración de pienso. Como normalmente no le cae porque está como una mazorca él decide que cualquier planta puede servir y se pone a morder alguna hojita que pilla por el camino. Chechu es tan gordo que se come hasta la rúcula, así que un poco de buganvilla es mano de santo para él. Yo tengo a mi alcance todos los tipos de comida que quiera, pero nunca sé qué comer.
Después de un siestón como dios manda, Chechu se levanta y vuelve a sus jueguecitos. Como ya es por la tarde-noche y viene siendo la hora de comer de nuevo, es su momento de dar por culito. En este momento sabe que tiene muchas opciones. Puede perfectamente ponerse a arañar el sofá, caminar sobre el portátil abierto, tirar de un mordisco el árbol de navidad o incluso subirse al mueble de la tele y empezar a chuparla con esa lijita infernal como si no hubiera un mañana. Además, lo hará el tiempo que sea necesario hasta que cumpla sus objetivos. Sin descanso, sin tregua. Sabe perfectamente que su suerte depende de lo que haga, pues si cruza esa delgada línea que lo distingue entre ser una cosa peludita que hace gracia y ser una puta bola de pelo maligna, podría ganarse unos minutillos siendo un gatito repudiado. Pero él solamente hace lo que tiene que hacer para conseguir lo que quiere. Cuando yo quiero conseguir algo, pienso, repienso y vuelvo a pensar antes de actuar. Y mientras actúo estoy pensando en si me voy a equivocar.
A todo esto, por supuesto Chechillitas redundantes (otro mote amoroso) no se ha planteado en ningún momento que tenga que cuidar su dieta, hacer deporte o cómo conseguirá el dinero para pagar el alquiler dentro de tres meses. Sin embargo, no se come la cabeza por la vida que lleva ni un solo día de su vida. Yo por mi parte, no importa los cambios que consiga ejecutar, siempre pienso que podría ser más feliz de lo que soy.
En algún momento, nosotros también fuimos como Chechu. Hacíamos lo que teníamos que hacer para sobrevivir y ya. El resto del tiempo, ¿Por qué no tirarse a la bartola? Pero en algún momento, algún iluminado decidió inventarse el valor de las cosas, por ende productos por los que pedir pasta y de ahí en adelante todo se fue al carajo. Nuestras vidas se centraron a partir de entonces en generar valor y poder vivir de él. Se inventó el Capital y las cosas dejaron de ser cosas de animalitos para pasar a ser cosas de humanitos negociantes. Siempre preocupados por tener más.
La realidad es que es el sistema en el que vivimos quien nos ha convertido en animales infelices, estamos siempre persiguiendo lo mismo: El dinero. Antes molábamos más.
Comentarios
Publicar un comentario