¿Puedo considerarme yo un Anarquista?

Cuántos terribles anhelos corren por mi cabeza. Anhelos de tiempos vividos por otros, terribles por ser la añoranza estúpida de circunstancias de otras realidades, en las que el hambre, la miseria, la concepción de la guerra, los abusos al trabajador y la violencia de Estado, permitían correr fusil en mano por las calles de Barcelona.


En pleno siglo XXI, me encuentro echando en falta a García Oliver, a Durruti, a los hermanos Ascaso y a todos aquellos y aquellas que lucharon por cambiar una situación nefasta. Añoro sus motivaciones, sus ambiciones, su derecho a la acción directa y no puedo evitar preguntarme si puedo yo comparar mis ideales a los suyos.

¿Pero cómo voy a comparar mis ideales a los suyos, cuándo mis vivencias han sido tan diferentes? Mucho ha cambiado el mundo desde el nacimiento de estos héroes. Mucho se han visto modificadas las vidas de los trabajadores. Hoy, el capital nos ha convertido ya en aquello que ellos detestaban. Nos ha absorbido con sus fauces sedientas, mostrándonos sus falsos frutos y obligándonos a morder aquello que ingenuamente pretendemos eliminar. No puede haber ejemplo más claro, que la falta de solidaridad entre la misma clase trabajadora. El Capitalismo hoy, nos ha convertido en pequeños burgueses que observan la injusticia y la miseria desde un plano externo, sin vivirlas, sin asumirlas como propias.

Nadie en su sano juicio a día de hoy, por nefasta que sea su situación, puede comparar su vida a la de un trabajador medio a principios de siglo. Tampoco el Estado (siendo aún aquella gran bestia a derribar) muestra su violencia a cara descubierta, impune a cualquier observador. Lo cierto es que el Capital ha hecho que todo parezca mejorar, para ser en realidad más cruel. Pues por lo menos antes todos entendían la situación en la que se encontraban, ahora además, se culpa a los pobres de su suerte. El dinero ha permitido a los estados crear una clase trabajadora que lo defiende.

¿Por qué entonces, aquellos que queremos cambiar esta realidad y por ende, el futuro de nuestros hijos, seguimos aplicando ideas y métodos de hace cien años?

La violencia hoy, no tiene ya ningún sentido. Las fuerzas opresoras de los estados, sean armadas o tácticas, son infinitamente superiores a las de cualquier grupo insurrecto. Y el motivo es que la historia les ha permitido armarse mejor. Les ha permitido penetrar en el cerebro de la mayoría de la población como lo ha hecho siempre la iglesia, para hacerles creer que es en realidad un bien común, justificándolo, parapetándolo mientras se armaba de equipos y lacayos. La violencia, ya no es entendida ni mucho menos justificada por la mayoría de la población.

Lo más destacado que se puede hacer hoy como Anarquista, y lo único que asegura el resultado de la acción, es no votar. Y no se requiere mucho valor para ello, pero lo cierto es que cualquier otro camino, es y será reprimido, pues la violencia ya sólo puede ejercerla el Estado y ha demostrado en demasiadas ocasiones que no nos conducirá a la victoria.

Si queremos por tanto hacer hoy la revolución, debemos hacerlo fuera de la violencia, buscando métodos ágiles que se ganen el favor de las mayorías que antes militaban en la CNT. Debemos centrarnos en defender causas primarias, derechos básicos y comunes, en derribar al mismo enemigo que siempre tuvimos, sin perder el tiempo en defender causas particulares. Debemos aprovechar la suerte de vivir en un mundo completamente digitalizado para organizarnos, entendernos y coordinarnos. Debemos practicar la gimnasia revolucionaria adaptada a nuestro tiempo, honrando a los que lucharon antes que nosotros y demostrando que hemos aprendido de sus errores.

Uno de los muchos errores que cometieron estos hombres y mujeres de bien, fue el pensar que sus ideas debían triunfar por encima de todo, apoyándose exclusivamente en aquellos que pensaban igual que ellos. Hoy, debemos centrarnos en promulgar el bien común, aquel que afecta por igual a los que son de “derechas” y de “izquierdas”, como puede ser la futura extinción de la especie gracias al cambio climático. El resto de cosas, se deben decidir en masa, y nuestras opiniones al respecto, deben importar bien poco.

Debemos confiar en que, si llegáramos a conseguir la abolición del Estado y la instauración de una democracia basada en las decisiones del pueblo, el apoyo mutuo intrínseco en nuestro ADN y el sentido común, no permitirían nunca que se instaurasen ideas desfavorables a la mayoría. No olvidemos que aunque son muchos, los poderes déspotas, ricos, de líderes y empresarios egoístas son mínimos en número comparados con la masa real.

Añoro el anarquismo, más no puedo considerarme un anarquista. Pues yo no soy nada parecido a un hombre de acción de los años 20, por el tiempo en el que nací. Pues no deja de ser una idea y una forma de vida de otros tiempos, de otras vidas, de circunstancias que hoy se han visto fuertemente modificadas.

Y como cien muertes tienen los héroes, ¡Salud, Anarquismo!, ¡Salud, Joanet!, ¡Salud, Durruti!, ¡Salud, hermanos Ascaso!, ¡Salud, Libertarios caídos!




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